Diez minutos con la leyenda del rock que ama a Maradona y cuestiona a Milei
“Prefiero ir al camarín”, dice Bobby Gillespie, el escocés de 63 años que desde hace 43 lidera la banda de rock Primal Scream. La entrevista previa se demoró bastante, ya son las 8 PM y en menos de una hora debe salir al escenario para tocar frente a las miles de personas que llenaron Mandarine Park aquel domingo del festival Music Wins 2025. “Tenés diez minutos”, me advierte el jefe de prensa.
Gillespie se aleja del espacio asignado para las entrevistas y avanza por un pasillo hasta llegar a su vestidor. Lleva pantalón de cuero y un saco de smoking azul con solapas negras. A simple vista, luce igual de esbelto y pelilargo que a los 20 años. Me invita a sentarme mientras picotea de un bowl lleno de frutos secos. Enseguida, el tipo que grabó una docena de álbumes, vendió dos millones de copias de Screamadelica y cuya fusión de psicodelia y música electrónica influenció a bandas como Oasis, LCD Soundsystem y Tame Impala, me ofrece unas castañas de cajú. Acepto, tímidamente.
“No tengo grandes expectativas. Solo espero que hagamos un buen show y que la gente la pase bien”, reconoce sobre su inminente presentación, la primera en Buenos Aires tras ocho años. Para él, este regreso porteño está atravesado por una fecha agridulce: el 30 de octubre hubiera sido el cumpleaños número 65 de Diego Armando Maradona, uno de sus máximos ídolos. Gillespie, que viene de una familia de izquierda -su padre fue político y gremialista- considera al Diez un “héroe de la clase trabajadora”. “Nunca se olvidó de dónde venía. Siempre estuvo conectado con su origen, con la gente humilde. Tenía un sentido moral muy profundo. Era un rebelde, no podía ser controlado. Sí, tuvo problemas, mujeres, drogas… pero es tragedia y épica shakesperiana a la vez”, sostiene.
¿Puede alguien ocupar el lugar que dejó Maradona? “Éric Cantona, Éric Cantona, Éric Cantona”, repite, un eco de aprobación. El exfutbolista francés, que brilló en el Manchester United y el Olympique de Marsella, se convirtió en uno de los defensores más activos de la causa palestina, que Gillespie también apoya. “Durante toda esta guerra en Gaza, Eric escribió canciones sobre lo que pasa. Yo grabé una con él. Habla del tema en público”, detalla.
Gillespie cree que es deber de los artistas denunciar las injusticias que presencian. “Músicos, pintores, poetas: tenemos que documentar la condición humana, ser testigos de nuestra época. Cuando sacamos Screamadelica en el 91 sentíamos que queríamos cambiar la cultura. No sé si logramos mucho. Tal vez cambiamos algunas actitudes sociales. Yo siempre fui andrógino, de izquierda. Veníamos del punk y entendíamos la música como vehículo político”. Más tarde, en pleno recital, ondeará una bandera palestina que le alcanzó alguien del público.

Y agrega: “En los 90, con el britpop, apareció algo más conservador y eso se fue perdiendo. No sé cuánto se puede transformar el mundo desde una banda, pero sí podemos ofrecer una plataforma para ayudar a los más vulnerables”.
En ese momento entra su mánager: no queda más tiempo. Hay prueba de vestuario. Cuarenta minutos después, Gillespie sube al escenario con un traje blanco ceñido. Tras una explosiva versión de “Don’t Fight It, Feel It”, pide perdón al público por no visitar el país desde 2018: “Argentina… pasó mucho tiempo. Culpen a los managers, al virus, a los gobiernos, al tarado de la motosierra”.

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