Justin Timberlake cerró la primera noche de Lollapalooza Argentina 2025

Justin Timberlake recorre la pasarela del escenario principal de Lollapalooza Argentina 2025. Lo hace una, dos, tres, incontables veces. En todas aplica una variante al típico saludo de un artista a su público: “Argentina, son muy amables”, “Argentina, muchas gracias”, “Argentina, hagan más ruido”. Lo secunda una banda itinerante, que baila y toca instrumentos de viento como si fuese una creole band de los albores del jazz en New Orleans. Pero el sonido es más actual, un poquito más cargado, más eléctrico. Tal vez por eso se llaman los Tennessee Kids [Memphis, la ciudad de Elvis, queda en ese Estado]. Nadie deja de moverse, de levantar los brazos, de tirar pasos. Ni los músicos ni él. Es una celebración constante afianzada en un repertorio que tiene a la función del baile como eje de su forma. Incluso más que de su contenido.

Porque el comienzo no fue particularmente arriba. “Mirrors”, “No Angels” y “Cry Me A River”, fueron más insinuaciones y coqueteos con el pulso de pista y bola de espejos que una realidad. Entonces vino el primer parate, el más largo de todos. Firmó un autógrafo, sonrió, se ganó aplausos y entonces sí fue a lo suyo. La seguidilla “LoveStoned / I Think She Knows”, “Like I Love You”, “My Love”, “Sexy Ladies” dejó las cosas claras. Entre el funk pop, los aires de big band, el entramado rítmico de las percusiones y unos arreglos generales que lograron sostener la vivacidad de los sintetizadores y secuencias sin perder el hervor de una banda tracción a sangre, Justin Timberlake puso a jugar sus dotes de entertainer preciso. Con la dosis justa de movimientos y ademanes para que sea la música la que haga la mayor parte del trabajo.

Justin Timberlake, en el Lollapalooza Argentina 2025Lucas Mangi

De la campera de cuero de Justified 2002 a esta de lunares en 2025, Justin Timberlake pasó por traje y corbata en FutureSexLoveSound (2006), smoking en The 20/20 Experience y camisa leñadora en Man In The Woods (2018). Y esta versión suena como una síntesis de todas ellas. Como si en la no necesidad de demostrar nada, con el estigma NSYNC ya purificado, hubiese encontrado la vía para no forzar nada. La solidez y soltura con la que empalmó “Summer Love”, “Suit & Tie”, “Rock Your Body” y “CAN’T STOP THE FEELING!” –todas de distintos puntos de su discografía pero con el mismo efecto de nostalgia cortoplacista y mucho baile– dan cuenta de este presente. Estuvieron los pasos de baile, el falsete, el magnetismo escénico, pero sobre todo: estuvo la onda. Un saber hacer de ese funk-pop que heredó de Michael Jackson y Prince para darle una pátina, aún más, comercial.

Para el cierre, algunas versiones acústicas llevaron el show al plano de las baladas y el r&b más cancionero. Como si hubiese llegado el momento de los lentos en la disco regenteada por el ex-NSYNC. De hecho, el final definitivo fue con “Until The End of Time”, con el cantante haciéndose cargo también de las teclas al pie de la pasarela. Un último agradecimiento más y eso fue todo. El debut argentino de Justin Timberlake en 2025 es, en algún punto, un debut anacrónico. No es ni el joven líder de una boyband ni la estrella redimida como un músico hecho y derecho. Es un hombre de 44 años, con su talento delante y sus sombras en segundo plano, dispuesto a poner a bailar sin sobreactuar modernidad ni reclamar tronos de dinastías muertas. Un remanso en este mundo de tendencias y prestigios autoproclamados.

Conforme a los criterios de

Los comentarios están cerrados.