Primal Scream ofreció un show a puro rock y sin olvidarse de Diego Maradona

A lo largo de sus casi cuatro décadas de vida, Primal Scream tuvo tantas formaciones como búsquedas artísticas. En todo ese tiempo, Bobby Gillespie, su creador, vocalista e ideólogo se convirtió en la única pieza estable, capaz de transformar a la banda en el vehículo no solo para sus inquietudes creativas, sino también como plataforma de su visión del mundo, un lugar donde la cultura rockera es entendida no solo como un género que nació hace 70 años, sino también un espacio de contracultura y resistencia. Fanático confeso de Diego Maradona, Gillespie desarrolló un amor genuino por la Argentina que le supo ser retribuido por el público local en esta quinta visita: originalmente programados como parte del festival Music Wins, los escoceses anunciaron también una fecha en solitario en tiempo récord en C Art Media, que a pesar de sus solo siete días de antelación logró tener una convocatoria a medida.

Con su obra convertida en una fuerza dinámica, Gillespie y compañía salieron a escena con “Don’t Fight It, Feel It”, del seminal Screamadelica, como punta de lanza. Pero lo que en estudio es una canción hecha a la medida de una discoteca, en vivo cobró un pulso rockero extra gracias a la guitarra de Andrew Innes. El factor tracción a sangre fue un punto a favor para “Love Insurrection”, del flamante Come Ahead, una canción de pretensión disco propulsada por el pívot rítmico de Darrin Mooney y la bajista Simone Butler, y también para “Jailbird”, un rock and roll arenoso que más adelante tuvo su contraparte en “Medication”, la versión más cruda y honesta (y también más politóxica) de Primal Scream.

Aunque su catálogo cuenta con suficientes hitos como para hacer un show en plan Grandes éxitos, Gillespie y los suyos optaron por demostrar la vigencia de su presente artístico, donde siete de las 18 canciones de la noche fueron de su último álbum. El pulso de funk acelerado de “Ready to Go Home” mostró a una banda, que aun cuando su pasado se perfila como una vara más que alta, todavía está en constante estado de gracia, una senda por la que también se movieron “Innocent Money”, con su arreglo de cuerdas y un pulso galopante; la atmósfera allá James Bond de “Love Ain’t Enough” y el ritmo movedizo de “The Center Cannot Fold”. “Heal Yourself”, en cambio, fue una balada emotiva en la que brillaron las dos coristas que acompañaban desde el fondo del escenario.

Primal Scream anoche a puro rock en el Complejo Art MediaPilar Camacho

Hijo de un sindicalista que supo ser también candidato por el laborismo en su Escocia natal, Gillespie entiende al rock también como a un acto político en sí mismo, algo que asomó en la letra de “Deep Dark Waters” (dedicada a las víctimas en Gaza, en su show del domingo en el Music Wins), y que quedó mucho más en la superficie en “Swastika Eyes” (“ojos de esvástica”), una denuncia a las políticas imperialistas y a las grandes corporaciones, y también a la codicia de los grandes líderes mundiales. Dentro de toda esa tensión discursiva, la fragilidad a corazón abierto de “I’m Losing More Than I’ll Ever Have” se volvió una válvula de escape necesaria, un respiro entre tanto desasosiego.

Con un magnetismo escénico que lejos está de perder su chispa, Gillespie guardó sus mejores cartuchos para el final. Mientras la banda se sumergía en el cruce de dance y gospel de “Loaded”, el vocalista interpeló al público con un tajante “¡hagan ruido, motherfuckers!” mientras sostenía en alto una réplica de la camiseta que Diego Armando Maradona utilizó en el Mundial de 1994. Que el gesto fuera durante uno de sus máximos hits e invocara al más grande ídolo popular argentino encendió rápido la chispa en su audiencia, en un grado euforia incandescente. Ese cruce entre pista de baile, cultura rockera y devoción espiritual subió aún más en “Movin’ On Up”, con Gillespie en la piel de un hombre redimido, justo antes de volver a ponerse el traje de rockero del sur estadounidense en la siempre efectiva “Country Girl”.

Melómano confeso y declarado, en “Damaged” canalizó bastante de la herencia stone a la hora de cantar sobre (y con) un corazón roto, para luego volver a canalizar la mística y el espíritu de unión en un boliche con “Come Together”, una suite química de diez minutos. Y como a veces las canciones no requieren muchas explicaciones ni contenido, el cierre estuvo en manos de “Rocks”, un autodefinido de la vida nocturna en la que conviven dealers, mujeres de la noche, yonquis y clubes de striptease. Los clichés de la cultura rockera convertidos en un himno adhesivo y arrollador, la prueba de que la fórmula de la felicidad muchas veces también se encuentra en los lugares comunes.


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