06:07Una familia, una tragedia y cuatro suicidios: la “Evita del radicalismo” seducida y desfigurada con ácido por su marido millonario

Raúl Barón Biza, un bonvivant rodeado de excesos, agredió de forma irreversible a su esposa Clotilde Sabattini y se quitó la vida. Fue el principio de una catástrofe que se arrastraría a la siguiente generación

El día que se tiró por una ventana para matarse, Rosa Clotilde Sabattini tenía 59 años. Faltaban apenas cuatro días para que cumpliera los 60. Había sido protagonista de la vida política de su época. Una mujer que había llegado, dentro del radicalismo, a un poder inédito para otras mujeres y que habían llegado a comparar nada menos que con Eva Perón.

A medida que crecía, Clotilde daba cuenta de una inteligencia extraordinaria y de una belleza que, muchas veces, hacía que sólo la contemplaran por su aspecto físico y no por sus ideas y su potencial político. Estudió para convertirse en maestra y fue por más: se licenció en Historia en la Universidad de Buenos Aires. Su desempeño la ayudó a obtener becas para perfeccionarse en Europa, donde profundizó sus conocimientos en el área de pedagogía.

Pero la vida académica era sólo una de las vidas de Clotilde, que desde muy chica había mostrado su interés por hacerse escuchar políticamente. Apoyó a Hipólito Yrigoyen y, hacia 1945, año del estallido del peronismo como gran fuerza política, ya era toda una referente dentro del radicalismo.

En 1949 se convirtió en la primera mujer en presidir el Primer Congreso Nacional Femenino de la UCR, donde expresaba sus ideas a través de la publicación periódica “La mujer en la política”. En sus textos y en sus discursos públicos, impulsaba algunas ideas de corte feminista, aunque se trataba de un feminismo más conservados que el que venía impulsando, desde hacía décadas y desde el socialismo, Alicia Moreau de Justo.

Por la época en la que le tocó vivir y hacer política desde la UCR, Rosa fue una acérrima opositora al peronismo pujante. Eso hizo que, en algunos medios de comunicación, la consideraran la “Evita del radicalismo”, una figura que también impulsaban desde su propio partido porque eso la subía a un escenario en el que su presunta contendiente no hacía más que agrandar su figura.

Eva y Clotilde tenían sólo nueve meses de diferencia en cuanto a su hogar, y ambas se habían rebelado contra lo que sus familias esperaban de ellas. Además, Duarte y Sabattini habían construido una relación con un hombre mucho más grande, y las dos eran mujeres a las que, por tradición y misoginia, el mundo de la política rechazaba a puro prejuicio. Más allá de todas esas coincidencias, y aunque al radicalismo y a la propia Clotilde les convenía subirse a ese ring, nunca hubo dudas de que su relevancia política era muchísimo menor que la de Eva, gran figura de su tiempo y un ícono hasta hoy.

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